Hola a todos mis amig@s de AE!
Hace meses que el tiempo y mis ideas no habian logrado coincidir en los trabajos del grupo, pero por fin me he dado a la tarea de reiniciar.
La frase azarosamente me ha tocado es: Me mordía las uñas, sin ganas, apenas rasgaba la mitad.
Asi que, no se diga mas, los dejo con el relato y espero sus comentarios.
Un fuerte abrazo desde Tabasco, Mexico.
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EL VALOR Y EL BAUL
Un día como cualquiera… la cama sin más compañía que la mía,
la gata ronroneando a los pies de mis pantuflas y yo… Intentando despertar de
aquella pesadilla… parecía tan real, que me aterraba ir a la cama todos los días.
Mi vida… se había convertido en un infierno en la Tierra.
Debía de haber recurrido a la esoterista que mi madre había
recomendado días antes de morir, pero me sucumbía el miedo. ¿Qué me diría? ¿Qué
le diría yo? ¿Cómo había llegado ese demonio a atormentar mis sueños?
Así que desperté decidido aquel día, a terminar todo
dentro de mí, por tal de conseguir la paz en mi alma y mi mente. Salí corriendo
de la cama, baje de prisa la escalera y tome las llaves de mi Ducati para
correr por las curvas y pendientes sinuosas que me alejaban de la residencia más
deprisa, hasta llegar a la casa de Ashanti, la indicada en la tarjeta de mi
madre. Esperar era una gran debilidad para mí, la fila estaba compuesta por más
de 35 personas y detrás de mí ya habían llegado 10 más. No me quedo de otra que,
con toda y pijama verde de algodón, quedarme ahí, cavilando en mi mente,
pensando que diría, si podría mentir o en verdad sabría aquella mujer todo con
solo verme. La fila decrecía, mis nervios me tenían al borde de la locura. Me mordía las uñas, sin ganas, apenas
rasgaba la mitad… pero ya estaba ante ella, una mujer misteriosa, de mirada
porfía y que yo intentaba esquivar cual niño regañado por haber hecho alguna
travesura.
– ¡Desea tu vida y tú no se la quieres entregar! Es un
caso muy difícil, ¿Porque acudes a mí tan tarde, cuando ya el demonio te está
terminando? – Vocifero de manera tan déspota y a la vez sincera.
Con una cara de sorpresa y un escalofrío recorriendo por
todo mi cuerpo, solo acerté a decirle: – Dude de usted, pero veo ahora que no
es cierto. ¿Qué puedo hacer? ¡Ya no
tengo ganas de vivir así! ¡Ayúdeme! – grite entre sollozos y mis rodillas flaquearon
cayendo al suelo.
– Hijo mío, Dios sabe que es imposible, no puedo hacer
nada, no debiste de haber tomado aquel baúl enterrado en la casa de tu madre.
Ya te has condenado y lo único que puedo hacer es… – Titubeo un rato, pero con la
fuerza que caracterizaba su voz dijo al final: Tienes que entregarte sin miedo
para que la pena no sea más grave.
Camine hacia mi motocicleta más por inercia que por otra
cosa. Me quede encima de ella por un tiempo hasta encontrar entre lágrimas, el
lugar donde debería de embonar la llave para encenderla. El sueño de tener todo
el dinero del mundo me había sentenciado al infierno, la avaricia fue mayor que
mi propia vida. Ahora más que nunca valoraba la casa de leña que mi madre
construyo con tanto esfuerzo a base de limpiar casas ajenas y lavar ropa, de
vivir en la pobreza, al lado de mis dos hermanos mayores que se ganaban el pan
de cada día con trabajos honrados. Y yo, que siempre añoraba encontrar un baúl lleno
de monedas de oro, lo había hecho y simplemente no lo compartir con mis seres
queridos! No podía perdonarme aquello.
Conduje a casa debajo de ese sol abrasador de Marzo, encontré
a Petunia en la puerta de entrada, jugando con su pelota de estambre y de
repente, la bola rodo hasta mis pies, convirtiéndose en un globo rojo que se
fue elevando hasta estallar ante mis ojos, esparciendo una nube de ceniza y
hedor a azufre, ahora Petunia se empezaba a convertir en ese ente que me
martirizaba todas las noches, con un tridente entre sus manos y una sonrisa maquiavélica
que me saludaba.
– Y bien, ¿Que has pensado hacer?, siempre he estado junto
a ti, pero nunca pensaste quien era ¿Verdad? – Dijo ahora, quien se hacía
llamar X por no revelar su propio nombre ante mí. – ¡Vamos, anímate y larguémonos
de este mundo que ya no te pertenece más! Has disfrutado hasta el hastío del
dinero que te regale! O dime que no es cierto que con ello compraste esa lujosa
motocicleta que tanto te gusta? ¿Y la casa del millón de dólares? ¿O los regalos para esas mujeres que solo te vendían
cariño por un rato pero no te amaban? – y así, prosiguió vociferando X la larga
lista de cosas inútiles para ese instante, en la cual, me hacía sentir más
miserable a cada instante.
De esta manera, armándome de la audacia que nunca tuve en
mis 29 años de vida, tome la llave de la motocicleta y le dije con una gran
risa burlona: – Si, lo disfrute a pesar de todo. ¡Pero es mejor que mi verdugo
sea tu padre! – Entonces… Sin titubear, introduje el metal entre la yugular y procedí
con todas mis fuerzas a desgarrar mi cuello, para así, caer y morir entre mi
propio charco de sangre.